domingo, 24 de abril de 2011

La coronación del Zipa


Se  trata de un “ballet contemporáneo”, que se desarrolla a lo largo de 40 minutos, en un acto y catorce escenas. La música y argumento original es del maestro Carlos Posada Amador, un antioqueño que, en 1991, compuso este ballet a partir de la leyenda del Dorado. Ahora, esta obra es estrenada en nuestra ciudad por un foráneo. Efectivamente, la Coreografía, dirección artística y reinterpretación argumental corre por cuenta de René Ydrogo, un venezolano que reside en Medellín desde hace solo 3 años. Sólo este par de antecedentes, sumado al hecho de poner 13 bailarines en escena y a ser la obra ganadora de la beca de creación artística 2010, en la modalidad ballet, le dan a La coronación del Zipa, de entrada, un matiz muy atractivo.
El programa de mano no puede ser más claro, es por eso que me atrevo a transcribir el argumento sin cambiar una sola coma:
Es leyenda que los Chibchas, pueblo indígena de Colombia, elegían y coronaban a sus gobernantes o Zipas, en una ceremonia especial. En un claro del bosque, a orillas de la laguna Guatavita, ante el altar del dios Bochica, tenía lugar la ceremonia. Cuatro eran las pruebas de aptitud para gobernar que se imponían a los pretendientes a la corona: la de habilidad, la de ayuda piadosa al desvalido, la de dominio de sí mismo y la de valentía. Así era elegido y coronado el triunfador  en todas las pruebas.
La coronación del Zipa es un drama; es decir, lo que se desarrolla en escena es una serie de acciones que dan forma a un ritual. En dicho ritual, unos personajes llevan a cabo acciones y esas acciones terminan configurando una historia. No es gratuito que esta obra esté estructurada en escenas y que cada una de ellas describa un momento de esa historia, que inicia con una comunidad sin un líder, se desarrolla a través de unas pruebas para elegirlo y culmina con la coronación de uno de ellos al que llaman El zipa.

Ahora bien, ¿de qué recursos se vale Ydrogo para representarnos esta historia? Además de la plástica y la música, el coreógrafo, en lo que respecta a movimiento, echa mano de dos ayudas principales: la pantomima y la danza. Diríamos entonces que La coronación del Zipa es un espectáculo coreográfico narrativo, un representante moderno de los ballets pantomima, que fueran tan populares durante el siglo XVIII y que el célebre Noverre rebautizara con el nombre de ballets de acción.
Recordemos que la pantomima, forma de expresión artística basada en gestos y ademanes, fue también de uso habitual en las obras románticas e imperiales, los ballets del siglo XIX. Es quizá por eso que al ver La coronación del Zipa nos sentimos presos de una experiencia déjà vu, como si reviviéramos fragmentos de los llamados clásicos. Se trata pues, de una ceremonia religiosa plagada de gestos solemnes, reverencias, saludos y caminatas; es decir, el repertorio propio de un ritual. Sin embargo, el factor mimo parece imprimirle a la obra un cierto matiz de vetusto y viejo, y contribuir a su ritmo lento y monótono.
Ahora bien, ¿es posible contar una historia sin recurrir al mimo? Claro que sí. Según la historiadora rusa Natalia Roslayeva (Citada en abad, 2004:81), “Petipa aprendió de Perrot la capacidad de contar una historia por medio de la coreografía, más que por el uso extensivo del mimo, que hasta entonces había sido la manera fundamental de hacerlo”. Pero, si lo que buscamos es un ejemplo más reciente y afín a la obra de Ydrogo, entonces debemos remitirnos a Nijinska y a su coreografía Las bodas. Se trata de un ballet basado en un ritual y concebido para la compañía de Dighilev, en 1922. El propósito de la coreógrafa fue recrear una boda campesina rusa en toda su austeridad y crudeza. La obra de Nijinska y la de Ydrogo tienen en común, además del tema, la pretendida fusión entre el ballet y la estética contemporánea. En efecto, sin dejar de lado el código académico, Ydrogo introduce variaciones estilísticas que nos recuerdan a los primeros y más polémicos experimentos de Nijinsky y, por supuesto, a los de su hermana años después: pies flexionados, brazos en posiciones atípicas, giros en demi plie, piernas paralelas y utilización de niveles bajos y medios.
En Las bodas, dichos elementos configuran una estética ceremonial claramente influida por las primeras vanguardias del siglo XX y por el trabajo realizado por su hermano años atrás en La consagración de la primavera. La obra es necesariamente solemne, sin embargo, no por ello cae en la monotonía y el estatismo. La coreografía de Nijinska es movimiento perpetuo, marcado por un constante devenir en infinitas formas y composiciones geométricas, y es también la prueba de que es posible crear un ballet ritual con una estética contemporánea sin sacrificar la riqueza del código académico y sin limitar el desarrollo dramático a la pantomima.
En La coronación del Zipa, el resultado de tal fusión de códigos es poco claro. No se percibe una complementariedad que de origen, partiendo de dos lenguajes diferentes, a uno nuevo, seguramente más completo y rico a nivel expresivo. Por el contrario, los espectadores observamos trozos de uno y otro, que aparecen en diferentes momentos de la obra y sin ningún orden aparente.   La obra se convierte así en una colcha de retazos, en la que nos sentimos, por momentos, frente a un ejemplo de pieza contemporánea; y en otros, frente a un ballet del siglo XIX.
Basta con comparar los enchainements (serie de pasos unidos a la manera de una frase musical) de las diferentes escenas, para comprobar la divergencia estética entre unas y otras. En la denominada Invocación a Bochica, por ejemplo, el coreógrafo parece regirse por una estética más contemporánea, que privilegian la continuidad del movimiento, de modo que cada paso, al concluir, sirve de preparación para el siguiente. Vale decir que es en estos momentos en los que la obra adquiere dinamismo.  Pero, en la mayoría de las restantes escenas, el coreógrafo toma una postura más clásica para brindarnos frases entrecortadas conformadas por pasos y poses, pausas y preparaciones. Quiere decir esto que si bien utiliza ambos lenguajes, éstos pocas veces logran conjugarse.  El resultado: falta de coherencia y claridad. No en cuanto al argumento, que el programa de mano se encarga de dejar claro, sino en lo que respecta a la propuesta estética de la obra.
Otro de los factores que contribuye a la pesadez de la obra es la música. Con el debido respeto por el fallecido Carlos Posada Amador, no estoy seguro de que su pieza musical sea el mejor ejemplo de una composición para danza. El hecho de que lo divida en escenas e intente configurar una historia no lo hace un ballet. Sospecho que nos encontramos pues frente al músico que cree que componer un ballet es crear una partitura para que luego el coreógrafo le agregue movimiento a cada una de sus negras y corcheas. Esta música fue creada para un ballet en el papel, sin pensar en el movimiento, sin pensar en la posterior puesta en escena ni en las necesidades específicas de coreógrafos e intérpretes. El mismo programa de mano nos advierte que esta pieza musical fue inicialmente un poema sinfónico. En mi opinión, debió quedarse así; y con ello le habría evitado dolores de cabeza a Ydrogo y a sus bailarines. Insisto en que es una pieza monótona, y resulta muy difícil lograr que la coreografía se mantenga al margen de dicha influencia.
¿Se puede bailar la composición de Posada? Es posible. Hay quienes dicen que todo puede ser bailado. Lo que sí está claro es que los bailarines de Ydrogo no lo lograron. En La coronación del Zipa la música cumple un modesto papel de ambientación, ¿o es la coreografía la que sirve de ambientación a la música? El caso es que no se aprecia una relación clara  entre partitura y movimiento; es notorio que la música no fue pensada para ser coreografiada y que la coreografía parece pasar por alto la música. Dos elementos que, al parecer, fueron puestos juntos de manera forzada y es por eso que no tienen el mismo norte. No obstante, y por desgracia para la coreografía, es la música la que termina imponiendo su ritmo somnoliento.
Hablemos del aspecto técnico. En términos generales, el nivel de exigencia planteado por la coreografía es superior a las capacidades reales de los intérpretes. Cuando el movimiento se torna más demandante y el lenguaje más académico, el resultado es… desconcertante. No tengo otra palabra para calificar la sensación que, como espectador, se experimenta al toparse con cuerpos en apuros, cuerpos superados por la técnica. En un código tan específico como el ballet, los movimientos están tan claramente definidos que su mala ejecución es reconocida con facilidad. No se puede especular con movimiento de estas características. Si el intérprete no consigue hacer un assemble correctamente, es mejor que no lo haga.
Esto, desde luego, no ocurre con todos los bailarines de La coronación del Zipa. Cómo no destacar el trabajo realizado por katherine Laiton, Darwin Giraldo y, en menor medida, por Luisa Muñoz. Sin embargo, es lamentable que los dos primeros no hayan sido aprovechados mejor, al ser evidente que, de los trece miembros del grupo, son los mejor entrenados en la técnica clásica. En general, el desempeño de las mujeres resulta ser el más aceptable. Los hombres, a los que curiosamente se les da mayor protagonismo, se ven pesados y ansiosos por mostrar un virtuosismo que no poseen. Su torpeza técnica es llevada al límite al intentar realizar movimientos propios del llamado grand allegro, danza aérea de gran fuerza y control, que pocos interpretes se dan el lujo de dominar a cabalidad.
En cuanto a escenografía, el coreógrafo opta por la austeridad: un telón de fondo y una escultura que representa a Bochica. Ydrogo opta por una representación abstracta del dios chibcha, con lo que el espectador sólo se entera de quién se trata después de leer el programa de mano.
A nivel de luces, predominan los tonos ocres: amarillo, naranja, rojo y dorado; colores que, al parecer, hacen alusión a la orfebrería chibcha. Predominan los planos generales, y cuando se usan cenitales es para resaltar con eficacia el trabajo de solistas y dúos.
Llama la atención el vestuario, en el que predominan las mallas o leotardos, prendas que no son del todo coherentes con la vestimenta indígena. Este hecho es mitigado un poco con los incipientes accesorios que intentan simular algo de la orfebrería chibcha.
La coronación del Zipa es una propuesta ambiciosa. Basta mirar el punto de partida: el tema, el enfoque estético y los recursos de que dispuso el coreógrafo. Sin embargo, la materialización de dicha idea, el resultado final, no parece estar a la altura de las expectativas iniciales. Se trata pues de una pieza monótona y confusa, en la que no queda claro a qué le apunta su creador.
Dudo que la obra de Ydrogo sea recordada por su aporte estético, sin embargo, estoy seguro que se convertirá en un referente obligado al hablar de la historia del ballet en Medellín, por constituir uno de los pocos ejemplos de coreografía inédita.  Es un respiro poder ver algo diferente a los clásicos remontajes a los que nos tienen acostumbrados las academias de la ciudad, y sólo ese hecho la hace una pieza digna de ser tenida en cuenta.
Ydrogo toma un riesgo que pocos nos atrevemos a tomar: crear. Y se trata seguramente del primer paso en el  proceso de formación como coreógrafo. Como todo proceso, es una mezcla de aciertos y desaciertos. Es decir, una posibilidad infinita de aprendizaje, no solo para este venezolano, sino además para nosotros. Sobre todo para nosotros, los bailarines, coreógrafos, y docentes de la ciudad. Lo más sensato que podemos decirle a Ydrogo y a sus bailarines es: gracias por compartirnos parte de esa experiencia de creación y por permitirnos aprender de ella.



Abad, Ana (2004). Historia del ballet y de la danza moderna. Alianza Editorial, S. A. Madrid.

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